Nuevo Orden Mundial, Aranceles y Guerra Comercial. El Posible Fin de la Globalización
- Marcos Preciado
- 13 jun
- 6 Min. de lectura
El miércoles 2 de abril, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió a la comunidad internacional al anunciar la imposición de nuevos aranceles a todos los países del mundo. Este hecho no solo marca el inicio de una nueva guerra comercial, sino que también podría representar un punto de inflexión en el sistema económico internacional y el principio del fin de la globalización tal como la conocemos.

Este anuncio ha encendido las alarmas en distintos rincones del planeta, incluso entre los aliados históricos de Estados Unidos. La Unión Europea reaccionó rápidamente con un arancel del 20%, Japón impuso un 24%, Israel un 17%, y la Argentina de Javier Milei recibió un arancel del 10%, a pesar de su afinidad ideológica con Trump. Esta respuesta global refleja un cambio de paradigma: los intereses nacionales están ganando terreno frente a las dinámicas del libre comercio internacional.
De acuerdo con numerosos analistas, estas políticas proteccionistas contradicen décadas de liderazgo estadounidense en favor del libre mercado y la globalización. Estados Unidos, que durante décadas impulsó tratados de libre comercio, la apertura de mercados y la deslocalización de la producción, parece ahora dar un giro estratégico que pone en primer plano la defensa de su industria interna y la contención de sus principales competidores geopolíticos.
China, en particular, representa el principal desafío para Washington. Ha superado a EE. UU. en paridad de poder adquisitivo, en el tamaño de su economía medido por capacidad industrial, y ha logrado avances notables en campos como la computación cuántica, la exploración espacial, la robótica y la ingeniería avanzada. Además, el proyecto de la Franja y la Ruta ha convertido a China en el epicentro del comercio mundial, conectando a Asia, Europa, África y América Latina en una red de infraestructura e influencia sin precedentes.

El mundo ya no gira en torno a una sola potencia hegemónica. Las economías emergentes agrupadas en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a las que recientemente se han sumado países como Irán, Egipto y Etiopía, han consolidado un nuevo polo de poder económico y político que desafía la unipolaridad estadounidense. Esta transición hacia un mundo multipolar redefine las reglas del juego global.
La guerra entre Rusia y Ucrania, en vías de resolverse, ha evidenciado la voluntad del Kremlin de resistir la presión de Occidente. A pesar del apoyo financiero y militar otorgado a Kiev, Rusia controla ya el 25% del territorio ucraniano. Aunque la ofensiva no avanzó al ritmo esperado, la consolidación territorial y el eventual reconocimiento internacional de sus avances por parte de algunos países no pueden descartarse. Esta situación ha dejado al descubierto no solo la debilidad diplomática de la Unión Europea, sino también la falta de cohesión interna y su dependencia estratégica de Estados Unidos.

Con el regreso de Trump a la Casa Blanca en enero, se perciben claras señales de que su administración priorizará el fin del conflicto ucraniano. Esta intención obedece tanto a un cálculo económico —reducir el gasto militar— como a una visión geopolítica orientada a recomponer relaciones con Rusia para aislar a China. Durante el mandato de Joe Biden, la imposición de sanciones a Moscú no solo fracasó en su objetivo de debilitar al Kremlin, sino que empujó a Rusia hacia una alianza estratégica con China. Las cumbres bilaterales entre Putin y Xi Jinping reflejan un entendimiento profundo que va más allá de lo económico, buscando establecer un nuevo orden mundial tripolar que redistribuya poder e influencia.
Este viraje quedó confirmado en la cumbre de los BRICS 2024 celebrada en Kazán, Rusia, donde uno de los principales temas fue la desdolarización del comercio internacional. El uso del dólar y del sistema SWIFT como instrumentos de coerción geopolítica ha motivado a estos países a buscar alternativas que reduzcan su dependencia de las estructuras financieras occidentales.

Los conflictos armados y las tensiones diplomáticas a nivel global no son hechos aislados: son síntomas de un sistema en transformación. El paradigma de la globalización, basado en mercados abiertos y cooperación multilateral, está siendo reemplazado por una lógica de bloques, alianzas estratégicas y regionalización del poder. En este nuevo escenario, cada potencia busca asegurar su hegemonía en zonas de influencia delimitadas, debilitando el papel de los organismos internacionales como la ONU, la OMC o la OMS, cuya capacidad de mediación ha sido fuertemente cuestionada.
La Unión Europea, particularmente, atraviesa un momento de crisis estructural. La recesión económica, el aumento del desempleo, las tensiones internas por la migración, la pérdida de competitividad y su limitada capacidad de respuesta ante los grandes desafíos geopolíticos, la han convertido en un actor débil. En cambio, potencias intermedias como Turquía han ganado protagonismo gracias a su capacidad de negociación con distintas partes, su peso en la OTAN y su papel estratégico en la gestión migratoria. Turquía podría, eventualmente, reposicionarse como un puente entre Oriente y Occidente, aspirando incluso a una integración plena en la Unión Europea.

En Medio Oriente, tras la debilitación del régimen sirio de Bashar Al-Ásad, las potencias regionales han tomado ventaja para reconfigurar el equilibrio de poder. Israel ha reforzado su posición militar, impidiendo la transferencia de armas desde Irán a grupos como Hezbolá y Hamás, y avanzando en la consolidación de su presencia en territorios palestinos y sirios, particularmente en los Altos del Golán. Además, la normalización de relaciones diplomáticas con países árabes a través de los Acuerdos de Abraham ha modificado las dinámicas tradicionales del conflicto israelí-palestino. Por su parte, Irán continúa expandiendo su influencia mediante milicias aliadas y apoyo a actores no estatales en Yemen, Irak y Líbano. Arabia Saudita y Turquía, mientras tanto, compiten por el liderazgo del mundo musulmán sunita, con políticas exteriores más activas y una creciente inversión en defensa y tecnología.
En Asia, la tensión entre China y Taiwán continúa escalando con implicaciones regionales e internacionales. Pekín reclama soberanía sobre la isla, considerándola una provincia rebelde, mientras que Taipéi defiende su independencia de facto con el respaldo de Estados Unidos, Japón y otros aliados. La región vive una carrera armamentista: China moderniza su flota naval y expande su presencia en el mar de la China Meridional, mientras EE.UU. fortalece alianzas como el Quad (junto a Japón, India y Australia) y refuerza su presencia en bases militares del Pacífico. Corea del Norte también añade complejidad al panorama con sus constantes pruebas de misiles y su retórica agresiva, lo que provoca tensiones con Corea del Sur y Japón. Esta región se ha convertido en el principal teatro de competencia estratégica entre las dos superpotencias del siglo XXI. Además el nuevo conflicto arancelario de Trump ha logrado que las tres super potencias asiáticas China, Japón y Corea del Sur logren acuerdos diplomáticos.

En África, el continente ha sido testigo de una ola de golpes de Estado en países como Malí, Burkina Faso, Guinea y Níger, muchos de los cuales han sido respaldados política o indirectamente por Rusia, a través del Grupo Wagner y otros mecanismos de influencia. Estas revueltas han desplazado a gobiernos alineados con Occidente y buscan afirmar modelos de desarrollo más soberanos, en oposición a décadas de explotación neocolonial por parte de potencias europeas como Francia. China, por su parte, ha consolidado su presencia económica mediante inversiones en infraestructura, minería, y telecomunicaciones, convirtiéndose en el principal socio comercial de muchos países africanos. Sin embargo, esta nueva dinámica también ha generado tensiones entre vecinos, como las disputas territoriales y de recursos entre Etiopía, Sudán y Egipto por el uso del Nilo, o las crecientes fricciones entre Argelia y Marruecos. África está emergiendo como un espacio crucial en la geopolítica global, donde se dirimen intereses energéticos, tecnológicos y estratégicos de alcance planetario.
En síntesis, el mundo se encuentra en una etapa de profunda reconfiguración. El modelo globalizador que prometía crecimiento económico, paz y cooperación, está siendo cuestionado desde múltiples frentes. El proteccionismo, los conflictos regionales, el surgimiento de nuevas potencias, y el desmoronamiento del consenso neoliberal, nos conducen hacia un mundo más incierto, fragmentado y competitivo.
La globalización, lejos de desaparecer, se transforma. Se adapta a un nuevo contexto donde los intereses nacionales y las rivalidades geopolíticas dictan las reglas del juego. Con Donald Trump impulsando una agenda unilateralista y proteccionista, Estados Unidos podría marcar la pauta de una tendencia que otros países seguirán: menos interdependencia, más autosuficiencia, y un orden internacional basado en el equilibrio de fuerzas más que en normas compartidas

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